Por dónde va la procesión de Diego Aventin? Porque no se la escucha. Queda sepultada bajo su sonrisa calma, los gestos tranquilos, el mantra que repite, una y otra vez: "Esto no es una revancha, para nada". "Ya pasó, nunca tuve una mochila en la espalda, nunca dudé de mi equipo. Fue un error, ya está, yo sólo quiero ganar y esta victoria tiene el mismo sabor que cualquier otra". ¿En serio no es una revancha, Diego? "No, para nada", volverá a decir, con una sonrisa bajo la cual, seguramente, vive la procesión. Que va por dentro, claro. Volvió el TC. Volvió Aventin -con todo, impecable, listo para que éste sea por fin su año-. Y volvió la sal de esta categoría orgullosamente septuagenaria: el duelo Ford-Chevrolet. Entre Aventin y el Gurí Martínez (quinto), tres Chivos fueron el jamón del sabroso sandwich. Algo impensado hasta los cambios reglamentarios que le dieron aire a Chevrolet. Encima, el duelo entre Diego y su escolta, Mariano Altuna, llenó la panza de las 25.000 personas que fueron al autódromo. Llegaron palo y palo hasta la recta final.
El Falcon ganador sobresalió ya desde su serie (la segunda de la mañana), cuando llegó a escapársele por tres segundos al propio Altuna, condenado a perseguir a Diego durante toda la jornada. Quedaba claro que si Aventin primereaba a Martínez en la largada iba a ser difícil pararlo. "Tenía claro que iba a ser difícil pasar al Gurí. Así que no bien tuve la chance, ni lo dudé", contó Diego.
"Todos le pusimos mucho huevo a esto. Estoy muy feliz, por haber ganado y por el equipo, que es único e irreemplazable. En su momento se cometió un error y se pagó muy caro por él. Ya pasó. No, no es una revancha, nada que ver", dirá Diego, una y otra vez, tratando de bajarle el volumen a la polémica de fin de año, dejando que su sonrisa diáfana calle a la procesión, bulliciosa, que no se muestra en la superficie y sigue yendo por dentro.
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